viernes, 22 de agosto de 2008

AEROPUERTOS

Un señor mayor, casi viejo, juega con sus manos nerviosas con algo que parece una cadenita.
Tiene rasgos cansados, pero firmes.
La piel curtida al sol, al tiempo y a sinsabores.
Los ojos, vidriosos pero fuertes, miran a un grupo que se abraza. No está distante. Pero mira desde una distancia prudente.

Una mujer bella, bien vestida, de unos veinte/treinta y algo.. mira el reloj impaciente por enésima vez. Tiene la edad justa de las mujeres bellas. Aquella que la hace deseable y temida a la vez. Y ella lo sabe.

Un niño se cuelga del pantalón de un hombre mayor y le pregunta algo. El hombre, no le responde y mira con la vista clavada en una puerta.

Un joven y una joven se besan desesperados. Como si en eso les fuera la vida. Se beben con la ansiedad de un naufrago.

Un grupo de personas levantan unos carteles con nombres. Hay histeria, gritos y risas nerviosas.
Un señor de sobretodo ve la hora, refunfuña, marca su teléfono y llama otra vez.

Un chico/adolescente/joven/ con una gorra hacia atrás, se sienta en el suelo y empieza y abre su computadora. Sus manos son casi invisibles en el teclado. Ríe, asiente con la cabeza, se queda callado un instante vuelve a reír.

Un pibe de limpieza, con auriculares puestos, pasa un lampazo sin percatarse de que le lustra los zapatos, sin querer, al hombre de sobretodo. Este vuelve a refunfuñar. El pibe no lo nota. Está pensativo……

Alguien dijo por allí que los aeropuertos son los “no lugares” por excelencia. A razón de que no existen códigos comunes ni se comparten experiencias entre todas las personas que pasan por allí. Y la verdad es que, puestos en rígidos observadores de gabinete esa asepsia tan impersonal y uniforme corrobora la sentencia.
En principio.
Pero yo veo algo distinto.
Ahora el viejo se acerca al grupo. Sus ojos brillan mas todavía. Sus pasos son cansinos y temerosos.
La bella mujer se da vuelta. Mira, por debajo de sus gafas a un hombre maduro que entra. El hombre va muy bien bestido y porta un bolso mediano. Se miran de reojo. La mujer hace una seña casi imperceptible de cansancio. Solo la vemos el hombre maduro y yo.
El niño insiste. Intuyo que el hombre es su padre. Él se agacha, le habla, y le señala algo.
Los dos jóvenes se separan en un instante. Se miran. Veo lágrimas. El le pasa su mano por la espalda. Luego le agarra su cara y vuelven a fundirse.

El grupo de los carteles se agita. Los gritos aumentan.

El señor de sobretodo, hablando por teléfono, se molesta con los gritos y se aleja. Aún refunfuñando.

El chico sentado en el piso detiene su carrera en el teclado.
Levanta la cabeza.
Mira hacia su derecha y vuelve a clavar la vista en la pantalla.

El pibe de la limpieza se aleja con su lampazo. Creo percibir que está tararaeando algo.

Desde hace unos años, bastantes en realidad, mi trabajo me ha llevado a viajar mucho. Tanto que cuando estoy un tiempo parado empiezo a extrañar los viajes. Me pongo irascible, inaguantable diría.
Los destinos?
Muchos y absolutamente variados y con contrastes asombrosos.
En esos derroteros. Los aeropuertos son una escala absolutamente necesaria e imprescindible. A lo sumo reemplazadas por alguna estación de tren, en países donde funcionan. O algún que otro auto alquilado, cuando la ocasión lo merece.
Pero el caso es que la constante en mis viajes es (por lo menos la que más se repite) que casi nunca nadie me va a despedir y menos a recibir en el aeropuerto.
(Nota: no entiendan mal, no es un reclamo. Y estoy lejos de querer provocarles lástima. Sólo intento contextualizar la cuestión.)
Incluso cuando he estado en pareja o cuando he tenido muchos amigos en los destinos, siempre algo conspira para que termine solo en los aeropuertos.
Esto, desarrolló en mí, una capacidad de observación que se fue transformando en un ejercicio casi necesario.
En un ritual, diría.
Al principio, miraba a todos con un desdén que no ocultaba una no-sana envidia, debo reconocer, pero después, merced a los tiempos que estaba en estos espacios, (multiplicado por mil si me toca un vuelo de Aerolíneas Argentinas) fui descubriendo, inventando, imaginando las historias de todos. Haciendo de las despedidas y recibimientos de los demás, algo más que una fugaz visita. Haciéndolos, aunque sea en mi cabeza, parte de un LUGAR, en donde todos comparten algo. Y muchas veces, en ese juego, me conmuevo.

Y de golpe….
El viejo se acerca, más decidido, y le entrega su único patrimonio material a su hijo que se va a “hacer la Europa”, como su padre lo hizo con “Su América”.
Es una cadenita que la Nona le entregara para que nunca se olvidara de donde venía.
Lo abraza.
Le dice por primera vez que lo quiere.
Que se cuide.
Que no mire para atrás ni piense en ellos.
Pero que sepa que siempre va ha tener su casa, su lugar y que nunca, nunca, nunca se van a olvidar de el.
El resto del grupo es su familia. Que ahora toman una prudente distancia, para que el patriarca le de su bendición.
Los ojos cansados brillan como soles en la noche.
Lo abraza fuerte. Lo mira y le da una palmada en la mejilla. Como para que no lo olvide.

La mujer bella avanza, pasa el umbral del embarque. Muestra su documentación. Atrás el hombre maduro la sigue. A distancia. Entre ellos hay varias personas. El hombre hace lo mismo. Llegan a la sala de pre-embarque se encuentran, se miran y se besan sin control. Son amantes desde hace dos años. Este es el viaje prometido durante tanto tiempo. El pago por tantas ausencias. Ahora ella está primero. Por fin, aunque sean unos días, el tiempo es sólo para ella….

El niño se suelta de el pantalón de su padre. Sale corriendo. Pasa sin que le importe el guardia de seguridad, ni los controles. Va en busca de su madre. Ella lo espera y lo estrecha en un abrazo interminable.
Llora. Se ríe.
Estos dos meses en esa clínica fueron demasiado.
- Ya esta mi chiquito!!! Ya está!!- no me voy más!!! Te juro que no me voy mas!!!
El padre se les une y llora. El guardia se da cuenta y no impide que se junten. El también extrañó mucho a su madre. Aún lo hace …

Los dos jóvenes se separan, aunque no quieren. Se conocieron por azar. Ella estaba en el bar de un hotel, el estaba por una convención. Sólo se vieron tres días.
Eso les bastó.
Se prometen una revancha.
Él espera que esa revancha le dure toda la vida..
Se abrazan otra vez. Ella lo mira a los ojos y le dice
- Pensame, extráñame. Me vas a hacer falta
El piensa – ya te pensé, te juro que te soñé, aunque no entiendo que es esto voy a verte de nuevo.
Finalmente pasa la puerta y casi ni se nota las lágrimas en sus ojos.

El grupo bullicioso estalla. Todos los demás creen que es un artista famoso el que viene. O un deportista campeón.
Pero no
Es Pablo. Que se fue hace 7 años a EEUU.
Que limpió bosta ajena.
Que se ocultó de la migra en NY.
Que fue heladero, obrero, mecánico y mozo.
Que juntó unos dólares y se puso un negocio.
Que conoció a Lourdes, mexicana, y que lo acompaña junto a Pablito, el hijo “Gringo” de los dos.
La multitud es la familia. Vino a recibirl, desde la vieja, a los primos terceros.
Se escuchan cantos, gritos, guitarras.
El pablo se adelanta.
Está cambiado, usa una ropa rara media brillante y unos lentes oscuros que parecen de estrella de cine.
Pablo se ríe y abre los brazos con muchos regalos en bolsas estridentes.
La multitud se calla.
Pablo se adelanta y tira las bolsas.
Entre la gente pasa una señora bajita pero inmensa.
Lo mira y lo abraza.
Pablo se pone a llorar.
Ya no es más el ganador. Es “el Pablo”.
Y ella es la vieja.
Que lo consuela, lo besa y le da una palmada en la cara para hacerle saber que está todo bien, que una madre nunca olvida...

El de la computadora se detiene en seco. La cierra sin apagarla y sale corriendo. Le estaba contando a su amigo por el Chat de la noche anterior. De las mujeres que conoció.
De que ahora se va a otra Ciudad . Y que le prometieron las mejores olas y las mejores fiestas. Pero casi pierde el avión por contárselo a su amigo. La azafata lo regaña con una sonrisa y embarca.

El señor de sobretodo, por fin deja de hablar por teléfono.
Se acerca a la puerta 8.
Sigue refunfuñando y promete no viajar más en una aerolínea común.
Reclama prioridad porque su asiento es en primera.
La azafata lo mira con bronca contenida, ella está harta de la prepotencia que tienen los nuevos ricos, debería haber seguido estudiando Trabajo Social, piensa.
Le pide el Ticket. El señor lo busca.
Se revisa entero. Se palpa con violencia. Abre su maletín. Ya no refunfuña, sino grita y culpa a los del scanner.
La azafata ensaya una leve mueca de sonrisa y lo intima a entregar el Ticket. El no lo encuentra y grita que compra otro.
Ella le dice que el avión está completo y que no se puede. Ella piensa – “algunas veces me encanta este trabajo”.
Se empieza a cerrar la puerta con el señor afuera.
Y se oye a Pedro, el chico de la limpieza, que dice
- Busca esto señor?
Y le extiende el ticket de primera
El señor de sobretodo lo mira extraviado y amaga en darle unos pesos
Ya es tarde, Pedro ya se fue. Escuchando por sus auriculares “...don`t worry…. Be happy”, pasando el lampazo y pensando.
Faltan dos horitas y la veo!!
La azafata mira la escena y piensa. Definitivamente, a veces, me gusta mucho este trabajo…..

domingo, 3 de agosto de 2008

The Massey Hall -1953

Birdie suena de fondo.
En realidad no es el fondo,
es parte.
En realidad no es parte sino todo.
Esa letanía que sólo él puede sacar de esa quimera de bronce.
De esa caja de Pandora, dorada, húmeda, trágica.


La noche está terminando y el frío es casi una bendición.
Parece no entender lo que significa eso que está sonando
No hago muchos esfuerzos para contarle.
Ensayo un murmullo que es lo suficientemente claro como para callarla


Viene el solo más triste que jamás alguien pudo interpretar.
Sangran las notas.
El aliento se desgrana en últimos suspiros.
Pero sigue sonando
Y rebotan.
Y penetran
Y vuelven


Como pretendés entender?
Que más hay que explicar?


Ahí está Dizzy tratando de ponerte su mano en el hombro
Si, lo se Charlie.
Él tampoco lo entiende.
Seguís solo, volás, te alejás de toda esta mierda
Sin perseguidores
Sin aplausos.
Sin palabras.


La veo sin mirarla
Adivino las formas de su espalda
Me recuerda a alguien pero no,
no es ella.
Es este sexo comprado con gestos amables y encantos dudosos
Pagado a precios de ausencias, de muertes cotidianas,
De atentados contra mi mismo.


Ahora sale la furia,
De saber que es inevitable el final.
Cómo podés seguir tocando así?
En quién pensás?
En vos?
Cómo lo soportas?

Va muriendo la noche
Están lloviendo las últimas corcheas
Se viste y me odia.
Tanto que ni siquiera me lo dice
Vos seguiste vuelo Bird
Yo no me decido a quedarme.
Ya se fue.
Y de vuelta, ya solos,
escucho lo que tenés para contarme